MANEJO DEL ESTRÉS EN TIEMPOS DE CRISIS por Rocío Sánchez (Bitácora Psicología)
La sociedad actual se encuentra en una situación de estrés generalizado donde la ciudadanía se debe enfrentar a situaciones nunca antes vividas y desconocidas hasta ahora. Si bien es cierto que algunas personas ya conocían la pérdida de libertad, otras convivían con el riesgo de contagio en su lugar de trabajo, también sabíamos del miedo a perder el puesto de trabajo o del nerviosismo previo a las pruebas de selectividad, prácticas… Desafortunadamente, en nuestro país también contamos con experiencia en la pérdida de un gran número de personas por actos terroristas.
Lo que convierte en novedosa y complicada la realidad de estos últimos meses, además de la cantidad de pérdidas que hemos sufrido, es la vivencia común de todas esas sensaciones. De repente cualquier persona, independientemente de su edad, profesión o estatus socioeconómico se enfrenta a una cascada de situaciones imprevistas. Se abre la veda de la incertidumbre y se nos presentan multitud de incógnitas sin resolver: ¿qué pasará con mis estudios?, ¿podremos hacer el viaje planificado?, ¿y si estoy contagiado?, ¿sobrevivirá mi empresa? ¿mantendré mi puesto de trabajo?, … Añadimos a esto un cambio general en nuestra rutina caracterizado por la restricción de movimientos, la convivencia con la prevención de contagio, la contención de muestras afectivas, la lejanía respecto a nuestros seres queridos e incluso en la forma de estudiar, comprar o divertirse. Sin olvidar la enorme cantidad de personas que han enfermado y fallecido.
Este cambio brusco e inesperado acompañado de la sensación de peligrosidad para el conjunto de la ciudadanía ha disparado el estrés con las consecuencias físicas y mentales que ello conlleva.
Antonosvsky (1987) propone un modelo aún vigente con una visión dinámica del bienestar humano centrado en la promoción de la salud. De manera que otorga mayor importancia a los factores causantes de salud en vez de explorar las causas de enfermedad. En su modelo menciona las fuerzas salutógenas definidas como creencias generalizadas acerca de uno mismo y del mundo que facilitan el afrontamiento exitoso de situaciones estresantes y que, por tanto, contribuyen a la salud.
Dichas creencias son aprendidas y pueden modificarse a lo largo de la vida, hecho que hay que resaltar pues existe el concepto erróneo de que se trata de algo innato y casi imposible de adquirir.
La personalidad resistente (dureza), el locus de control, la autoeficacia y el sentido de coherencia son las principales fuerzas salutógenas y en conjunto facilitan la solución de problemas de forma adaptativa cuando nos encontramos ante situaciones estresantes.
El estilo de funcionamiento resistente al estrés (dureza) se caracteriza por tener un sentimiento de controlabilidad ante los acontecimientos (locus de control interno), por la tendencia a comprometerse en todas las actividades que llevamos a cabo en las diversas áreas de la vida, y por la creencia de que el cambio es una característica habitual y necesaria en la vida, es decir, un reto o una oportunidad para aprender y un crecer (desafío).
Si a la sensación de control le añadimos la percepción de autoeficacia, es decir, la convicción de que podemos influir exitosamente en el curso de los acontecimientos; el afrontamiento del estrés será aún más efectivo.
El concepto central de la propuesta de Antonovsky es el sentido de coherencia, al que otorga un papel esencial. Representa la capacidad para percibir el mundo que nos rodea, advertir la correspondencia entre sus acciones y los efectos de éstas sobre el entorno. La coherencia nos lleva a evaluar las circunstancias como significativas, predecibles y manejables. ¿Qué implicaciones tiene el sentido de coherencia? La significatividad tiene un carácter emocional y motivacional, se refiere a la creencia de que la vida merece la pena y por tanto, tiene sentido emplear nuestra energía y nuestro tiempo para enfrentarnos a las demandas vitales. Si además los individuos concluyen que los estímulos son predecibles, que las cosas ocurren con cierto orden, estructura y estabilidad y no de forma azarosa e impredecible, aumentará la capacidad para asimilar los sucesos estresantes. El componente conductual del sentido de coherencia hace referencia a la manejabilidad, el grado en que los individuos entienden que son capaces de afrontar los retos, que controlan los recursos necesarios y están bajo su control.
No se trata de responsabilizar al sujeto de todo cuanto le ocurre, sabemos que existen situaciones impredecibles e incontrolables. Pero sí podemos manejar cómo interpretamos lo que nos ocurre, sí podemos mantener una actitud proactiva respecto a nuestra salud y a las diferentes áreas de nuestra vida.
A nivel práctico un ciudadano será más responsable si tiene la creencia de que su conducta en particular tiene influencia en el resto de la sociedad, que puede controlar parte de la situación y hacerlo exitosamente. Si además interpreta esto como un reto, su nivel de estrés se verá reducido y al mismo tiempo, estará contribuyendo a proteger su salud y la del resto.
En cambio, un individuo mantendrá una actitud pasiva si considera los hechos como azarosos, si concluye que no cuenta con las herramientas para enfrentarse a las dificultades que se le presentan o simplemente, si tiene un concepto negativo sobre la vida en general y sobre sí mismo en particular.
Esta forma de pensar se puede aplicar a otros ámbitos como el laboral o el educativo observando un efecto protector para la salud y una mejora en los resultados obtenidos.
Tomaremos como ejemplo la situación del alumnado durante el confinamiento. Si se afronta esta etapa de incertidumbre como un desafío, con un locus de control interno, es decir, percibiendo que tienen cierto control sobre la situación, con compromiso y valorándose como autoeficaces, saldrán airosos de la situación en la que nos encontramos. Incluso parte de ellos acabarán con un autoconcepto reforzado a sabiendas de que han sido capaces de superar un período de gran dificultad.
Por otro lado, la sensación de no tener ningún tipo de control (locus de control externo) nos lleva a la indefensión la cual tiene consecuencias muy perjudiciales pues reduce la motivación, interfiere en el aprendizaje y produce respuestas de miedo, ansiedad e incluso depresión.
El rol de los profesionales de la psicología en estos momentos es clave tanto a nivel clínico como social. Promover una actitud proactiva y potenciar las fuerzas salutógenas en la ciudadanía permite alcanzar el objetivo de reducir el estrés generalizado y así proteger la salud del conjunto de la sociedad.
Asimismo es vital la importancia de los docentes en este aspecto por su cercanía con el alumnado en el día a día. Tener presente la influencia de los pensamientos y las emociones en el aprendizaje y en el rendimiento académico es fundamental en la enseñanza actual. Los docentes son pieza clave no solo para la transmisión de conocimientos académicos sino como agentes motivadores que pueden guiar a sus alumnos y alumnas sobre la forma de entender la vida, sobre el efecto de la actitud en nuestro bienestar.
La incertidumbre está presente de manera continua en los últimos tiempos, lo cual favorece la aparición de estrés, pero con un estilo de afrontamiento transformacional pondremos en marcha estrategias adaptativas y efectivas, y habremos logrado un avance notable hacia nuestro bienestar.